Thomas Berry (1988)
Mi propuesta es que es que debemos ir mucho más allá de una transformación de la cultura contemporánea, cualquiera que ella sea. Debemos retomar el imperativo genético del que emergen originalmente las culturas humanas y que nunca pueden separarse de ese imperativo sin perder su integridad y su capacidad de supervivencia.

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Tenemos que inventar una cultura humana sostenible, mediante un descenso a nuestros recursos prerracionales e instintivos. Nuestros recursos culturales han perdido su integridad. No se puede confiar en ellos. Lo que se necesita no es la trascendencia sino la “incendencia”; no el cerebro, sino el gen.
El código genético es inseparable del complejo más amplio de códigos que permite la existencia del universo y gracias al cual la comunidad terrestre mantiene su coherencia interna y es capaz de continuar su proceso evolutivo.
Lo difícil de esta propuesta es que nuestra dotación genética se considera un mero determinante físico de nuestro ser, no también nuestra más valiosa dotación psíquica, la fuerza que nos guía y nos inspira, especialmente cuando el proceso cultural se hunde en una patología destructiva.
Esta patología se manifiesta en la soberbia con la que rechazamos nuestro rol como miembros integrales de la comunidad terrestre.
No podemos destruir las continuidades de la historia. Tampoco podemos avanzar hacia el futuro sin la guía de los elementos más positivos de nuestras formas culturales actuales. Lo que debemos hacer es volver a las bases genéticas de nuestra formación cultural, para que sean posibles una sanación y una reestructuración a los niveles más básicos. Hoy en día esto adquiere especial relevancia, dado que el shock antropogénico que destruye la tierra es de un orden de magnitud muy superior a lo conocido a lo largo del desarrollo humano histórico y cultural.
El nuevo código cultural que necesitamos tiene que surgir de la fuente de la que provienen todos los códigos, de esa visión reveladora que se nos presenta en esas instancias psíquicas especiales que describimos como “sueños”. Por supuesto, usamos este término no solo en lo que respecta a los procesos que se producen cuando estamos durmiendo, sino también para referirnos al proceso intuitivo, no racional, que se produce cuando nos abrimos a las fuerzas numinosas siempre presentes en el mundo fenoménico que nos rodea, fuerzas que nos poseen en los momentos más creativos. Los poetas y los artistas evocan constantemente esas fuerzas espirituales, que no se manifiestan tanto a través de las palabras como en formas simbólicas.
En períodos de confusión como el actual, no estamos abandonados simplemente a nuestros artilugios racionales. Tenemos el apoyo de las fuerzas más poderosas del universo, que se nos manifiestan a través de las diferentes formas de espontaneidad existentes en nuestro ser. Solo tenemos que tomar conciencia de esas formas, no con una ingenua simplicidad, sino con una valoración crítica.
La intimidad con nuestra dotación genética -y a través de esa dotación con el proceso cósmico más amplio- no es el rol exclusivo del filósofo, el sacerdote, el profeta o el maestro. Es el rol que le corresponde a la personalidad chamánica, un rasgo que reaparece ahora en nuestra sociedad.
La personalidad chamánica se adentra en los rincones más lejanos del misterio cósmico y trae de vuelta la visión y la fuerza que necesitan la comunidad humana al nivel más elemental. No es solo el rasgo chamánico el que aflora en nuestra sociedad, sino también la dimensión chamánica de la psiquis, que se manifiesta en todos los oficios y todas las instituciones esenciales… para promover una relación mutuamente enriquecedora entre lo humano y la Tierra.
Traducido por Teresa Gottlieb